Archipiélago 2021
Ciclo de conciertos
Archipiélago vuelve, un año más, para invitar al público a explorar la complejidad del mundo contemporáneo a través de la escucha. En esta edición, se busca indagar en el discurso de la modernidad en la música experimental, sus raíces no reconocidas y las historias, políticas e ideologías que dictan nuestro gusto.
Esta quinta edición, fiel a sus señas de identidad, ofrece tres eventos. El interés por atender a la escena local se materializa con la presencia de Atomizador y su aproximación a la psicodelia desde la instrumentación propia de la música antigua occidental. Marta De Pascalis, compositora romana afincada en Berlín, explora las complejas ramificaciones de la electrónica contemporánea desde el filtro de la tradición del sur de Europa. Y, por último, las innovaciones rítmicas no hegemónicas —una de las principales líneas de interés del festival—, tendrán su espacio en la sesión de De Schuurman, figura clave en la evolución del bubbling, un género musical de la diáspora poscolonial afroholandesa, muy influyente aunque no suficientemente conocido.
En sus primeras ediciones, Archipiélago se centró en recordar que los aspectos supuestamente innovadores de la música moderna angloeuropea hunden sus raíces más allá de sus confines geográficos y culturales. En 2020, además, se enfrentó a dificultades claves para el sector de la música. Las restricciones a la libre circulación de personas y el distanciamiento social impuesto fueron un primer aviso sobre la fragilidad que sustenta a muchas comunidades musicales. En respuesta a ello, esa edición apostó por la presencialidad y la experiencia inmersiva del sonido en medio de la incertidumbre y los confinamientos selectivos, y siguiendo las medidas sanitarias, se opuso frontalmente al streaming, formato que estaba intentando establecerse como principal vía de consumo musical. Y es que la escucha individual puede ser una experiencia placentera, pero este festival prefiere optar por una dimensión más física y de intimidad compartida.
La amenaza de una nueva recesión económica, aún más severa, en este ciclo de crisis globales, parece vislumbrarse y no es una cuestión menor. Muchas personas no han podido recuperarse de sus anteriores embates y otras serán susceptibles de no poder hacerlo en el futuro. Pese a las ayudas estatales y las inyecciones de fondos para la recuperación, lo cierto es que el sector público de la cultura, la educación y la sanidad sigue falto de los recursos que se merece. Y es que, con todo, Archipiélago es (y aspira a seguir siendo) un servicio público que, mediante un trabajo minucioso, ofrece una forma de conocer de manera gozosa las estructuras de la música, su historia, sus condicionantes políticos y su condición material.
Pero no solo las estructuras públicas han sido afectadas. También la denominada industria musical acusa un desgaste, incluso en sus círculos alternativos o más minoritarios. A lo largo de los últimos cinco años, Archipiélago ha tenido la suerte de entrar en contacto con una nutrida red de agentes y promotores sacrificados, festivales que se financian tanto con fondos públicos como con patrocinios privados, artistas en gira, sellos autogestionados, agencias con sede en Europa que permiten la circulación de artistas de países a los que nuestras fronteras dificultan la entrada, radio webs independientes, crítica especializada cercana a la desaparición, salas y clubs con programaciones arriesgadas, asociaciones culturales, proyectos de financiación nacional y europea que apoyan proyectos a medio y largo plazo. Este enjambre, tan poblado como frágil, ha sufrido el impacto considerable de la crisis de abastecimiento de 2021 que, lejos de ser irreparable, señala de manera incisiva los problemas sistémicos del consumo masivo de música y, por tanto, de la idea de que esta pueda ser entendida solo como un bien de consumo. La crisis en las líneas de abastecimiento causada por el atasco de los puertos de distintas partes del mundo y el cierre de fábricas en el sudeste asiático ha reducido el suministro de las aproximadamente 8000 toneladas de plástico y cloruro de polivinilo con que se fabrican los álbumes de una industria discográfica en horas bajas que, hace treinta años, producía cinco veces más plástico con el auge del casete. Mientras, los soportes digitales están siendo afectados también por la crisis de abastecimiento de chips para ordenadores y teléfonos móviles que reproducen la música en streaming, unos soportes fabricados con codiciados minerales que hacen posible el flujo masivo de música en formato de datos, en todos los lugares posibles, en todo momento. Esta revolución digital, solo en lo referido al streaming musical, requiere fuentes de energía como el gas o el carbón, que producen entre 250 y 300 millones de kilos de gases de efecto invernadero al año.
Nos encontramos, indudablemente, ante un colapso. Una situación contradictoria en que la música nos parece, a veces, una de las pocas formas con la que sobreponerse a los estragos derivados de su propia circulación comercial. Pero lejos de pensar esta situación como una paralización monumental, la palabra colapso funciona aquí en el sentido de desplome y ruina. Que el último álbum de Marta De Pascalis, precisamente, lleve por nombre Sonus Ruinae es parte del espíritu de nuestro tiempo.
Pese a que la distopía se ha instalado en el presente, este texto no pretende trasmitir un mensaje apocalíptico, sino atender al cambio. Un colapso nunca es el final de las cosas, pero sí algo que pondrá a prueba nuestro bienestar, nuestros vínculos y afectos con otros seres y, en definitiva, las condiciones materiales de nuestra vida y por tanto de nuestra música. Este colapso a cámara lenta nos empuja hacia adelante, más allá de ensimismamientos especulativos sobre el futuro y otras next big things tan habituales en el mundo del arte y la cultura. Este evento propone tres conciertos y una invitación a escuchar juntas con el fin de brindar algo de ánimo e ilusión para sobrevivir un día, y afrontar el siguiente. Pasado mañana, ya se verá.
Programa
19:00 h Atomizador
Atomizador es sinónimo de pasión por las músicas libres, por encima de las etiquetas. Infatigable agitador del underground madrileño, artista gráfico de trazo expresionista y obsesivo, inspirado en figuras del arte marginal como Nick Blinko o Austin Osman Spare, es un acérrimo defensor del “Hazlo tú mismx” como filosofía de vida. Es el autor de varias colecciones de miniaturas de música expansiva, entre ellas, Hallucinosis (2018) y especialmente … y qué es exactamente un sueño… (2020). En este último disco su paleta sonora se abre a instrumentos como el laúd barroco o la vihuela renacentista. Ambos álbumes, publicados por Afeite al perro y Discos Alehop!, son las últimas entregas de una discografía dedicada a reinterpretar la psicodelia de la manera menos previsible. Una trayectoria que, a lo largo de los años, ha intentado hacer convivir en un mismo universo los ecos de la música antigua europea, armonías propias de los Beach Boys y Vainica Doble, polifonías vocales no occidentales, glosolalias, así como de la energía del free jazz afroestadounidense, el hardcore punk menos dogmático o, incluso, del noise japonés.
20:00 h Marta De Pascalis
Marta De Pascalis trabaja igualmente con la síntesis en soportes analógicos y digitales, incorporando de manera expresiva loops de cinta magnética para crear repeticiones y complejas texturas, en la línea de músicos de la tradición minimalista estadounidense como Terry Riley. De Pascalis ofrece una puesta al día de esta vía compositiva, que a su vez también recoge el legado de pioneros del panorama italiano, como el Gruppo di Improvvisazione Nuova Consonanza e, incluso, del Franco Battiato más experimental. Su tercer álbum, Sonus Ruinae (Morphine Records, 2020), es un disco que mira al futuro como algo incierto. Por medio de esos loops de cinta magnética, Pascalis superpone y desarrolla cíclicamente capas que se van deteriorando. Este palimpsesto se transforma de manera gradual hasta crear una suerte de “ruina sonora”, como sugiere la autora.
21:00 h De Schuurman
La familia de Gilermo Schurman, nacido en La Haya, siempre ha estado formada por amantes de la música y disc jockeys, como su tío, Dj Chippie, considerado junto a Dj Moortje, uno de los responsables de poner en el mapa el bubbling, género normalmente asociado con las comunidades de la diáspora poscolonial afroholandesa en las regiones de Curazao, Aruba y Surinam. Según estudiosos como Wayne Marshall, el bubbling surgió en la década de 1980, cuando Moortje reprodujo accidentalmente un disco de dancehall a 45 revoluciones por minuto, en lugar de a 33. Ello daría lugar a una explosión de euforia entre los bailarines y a toda una escena musical que se dedicaría a reformular los sonidos jamaicanos de una manera hasta entonces inédita. En la bisagra entre las dos primeras décadas del siglo XXI, un De Schuurman adolescente se convirtió en uno de los innovadores del bubbling, abriéndolo a otros géneros urbanos y a otro tipo de sonidos electrónicos más propios de la escena house. Recientemente, el sello ugandés Nyege Nyege Tapes, célebre por su difusión a nivel global de géneros locales como el singeli tanzano (presente en Archipiélago 2019), ha recuperado algunos de los temas emblemáticos de De Schuurman en la antología Bubbling Inside (2021), uno de los escasos documentos fonográficos de un género y escena musical que rara vez hubiera trascendido los límites de La Haya y Rotterdam, pero cuya influencia en el desarrollo de la música de baile de los últimos años merece una revisión.