Guardias civiles tomados como prisioneros

Luis Quintanilla

Santander, España, 1893 - Madrid, España, 1978
  • Serie: 
    Dibujos de la Guerra. 1937
  • Fecha: 
    1937
  • Técnica: 
    Tinta china sobre papel
  • Dimensiones: 
    41,2 x 32 cm
  • Categoría: 
    Obra sobre papel, Dibujo
  • Año de ingreso: 
    2009
  • Nº de registro: 
    DO01032
  • Depósito temporal-comodato de Paul Quintanilla, Nueva York, 2008

Luis Quintanilla viaja a España desde el sur de Francia, donde se encontraba en 1937, con la intención de recorrer el frente y dejar así constancia, mediante sus dibujos, de los luctuosos hechos de la Guerra Civil. El 1 de mayo es testigo en Jaén de la rendición del monasterio de Nuestra Señora de la Cabeza, donde había permanecido refugiado un grupo de guardias civiles con sus familias durante un período de unos nueve meses, acontecimiento que refleja la presente ilustración. Al igual que ocurre en la casi totalidad de las obras que integran esta serie, en Guardias civiles tomados como prisioneros (1937), el toque intimista con que el autor ha resuelto las escenas sirve de contrapunto a la lógica intención propagandística inherente a este tipo de obras. Consecuentemente, quedan a veces matizados los efectos dramáticos, tan frecuentes en otros creadores que se han hecho eco asimismo de los episodios de la contienda bélica española, como Horacio Ferrer, Antonio Rodríguez Luna, Francisco Mateos, Enrique Climent o Arturo Souto. El propio Quintanilla describe en sus Memorias la rendición de los ocupantes de Santa María de la Cabeza: «De entre las ruinas del monasterio, situado en lo alto de una colina, salían lentamente aquellos hombres derrumbados, quizás más por su conciencia del crimen, que por su miseria, pues detrás hubo que evacuar a sus familias en lamentable estado físico y sintiendo la angustia de la responsabilidad de unos soldados que traicionaron su juramento. Yo hice bastantes apuntes utilizándolos de modelos, y al socorrer a las mujeres con algunos alimentos especiales que conseguí, me besaban las manos llenas de emoción, no por el material socorro, sino por el consuelo y manifestación de respecto que suponía nuestra actitud […]. Quise ver detenidamente el interior de los restos del Monasterio, y desistí: era una especie de muladar pestilente saltando nubes de pulgas, que únicamente el fuego podría purificar. Entonces por primera vez dibujé lo que queda después de la guerra, las trincheras destruidas y los contorsionados cuerpos de los cadáveres».

Paloma Esteban Leal

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