Como último reducto de las posesiones coloniales de ultramar, Filipinas se mantuvo bajo administración española hasta 1898, cuando pasó a orbitar en torno a nuevas potencias: Estados Unidos y posteriormente Japón. Se trata quizás del caso más olvidado dentro de las reflexiones en torno a la colonialidad, a pesar de ser un Estado sumido aún en una realidad semicolonial. Su situación geográfica, la progresiva desaparición de la lengua española o el desinterés geoestratégico del Estado español respecto a la zona a favor de otras latitudes como América Latina pueden ser algunos de los factores de este proceso, al que se une el hecho de que el archipiélago representa una suerte de antisímbolo nacional: el de la realidad del fin de las ensoñaciones y relatos que glorificaban el antiguo proyecto de un imperio español.

Recientemente, diversos artistas, tanto desde el propio país como desde la antigua metrópoli, se han fijado en la huella traumática de los efectos del colonialismo en el caso filipino. Así, la sala explora por un lado los rastros españoles en la Filipinas contemporánea, buscando las huellas de la conquista colonial hispana del pasado y su mestizaje cultural con una minoría reacia a la globalización en el presente; y, por otro, un fenómeno más estrictamente contemporáneo pero en el que se sienten los ecos de aquel pasado: los movimientos guerrilleros en los que se combina lo ideológico y lo íntimo y una nueva convivencia marcada entre lo indígena y lo no indígena en torno a un proyecto revolucionario que busca la emancipación definitiva de aquel territorio.