Sala 205.08
La Exposición Internacional de 1937: arquitectura, arte y propaganda

La expresión del compromiso político por parte de los artistas llegó a su momento álgido con el inicio de la Guerra Civil española en julio de 1936. Uno de los proyectos más importantes en la promoción de la causa republicana en el extranjero fue la construcción del Pabellón Español en la Exposition Internationale des Arts et Techniques dans la Vie Moderne, celebrada en París en 1937, desde el que el Gobierno español, sirviéndose del arte, lanzó una sonora petición de ayuda a favor de la República.

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La expresión del compromiso político por parte de los artistas llegó a su momento álgido con el inicio de la Guerra Civil española en julio de 1936. Uno de los proyectos más importantes en la promoción de la causa republicana en el extranjero fue la construcción del Pabellón Español en la Exposition Internationale des Arts et Techniques dans la Vie Moderne, celebrada en París en 1937, desde el que el Gobierno español, sirviéndose del arte, lanzó una sonora petición de ayuda a favor de la República.

Aunque la unión indisoluble entre el arte y la técnica era el tema central en torno al que giraba el discurso de la exposición, resulta imposible acercarnos al evento sin prestar atención al clima de elevada tensión que se libraba en el ámbito político. La existencia de dos polos ideológicos contrapuestos como eran la Alemania nazi y la Unión Soviética, con su correspondiente reflejo en la arquitectura gracias a sus respectivos pabellones enfrentados en la orilla norte del Sena, así como la presencia española en la muestra mientras el país se desangraba en plena contienda civil, evidencian la peculiaridad de la exposición parisina en el contexto sociopolítico de los complejos años treinta.

En el caso español, aunque el país estaba inmerso en el conflicto bélico, el presidente del Consejo de Ministros, Francisco Largo Caballero, vio en este acontecimiento la oportunidad de conseguir apoyo económico y político exterior ya que, debido al pacto de no intervención firmado por la mayoría de los Estados europeos, a excepción de la Unión Soviética, el gobierno re­publicano estaba en clara desventaja económica y militar. Con este propósito, nombró embajador en París a Luis Araquistáin cuya misión principal sería convencer a las potencias europeas de financiar la defensa de la República demostrando la estabilidad y la solvencia de esta, su tolerancia religio­sa y su independencia de la Unión Soviética. Araquistáin pondrá el foco en los aspectos liberales de la República, tales como la protección de la propiedad privada, la reforma agraria e industrial, los programas educativos y la protección de la diversidad cultural y artística del país.

En lo que a la arquitectura se refiere, Luis Lacasa fue nombrado arquitecto del pabellón en diciembre de 1936, aunque debido a la lentitud del proceso de selección, Araquistáin ya se había puesto en contacto con Josep Lluís Sert, proyectando ambos un edificio funcional que contrastaba con la monumentalidad del resto de pabellones europeos. La incorporación del arquitecto español de más renombre internacional para la construcción del edificio resultó ser esencial a la hora de crear el entorno lógico donde exhibir el arte, la cultura y la propaganda de la República. Así, el pabellón quedaría concebido para demostrar simultáneamente los horrores de la guerra, el optimismo del Gobierno y la continuidad de la productividad. La participación de artistas como Joan Miró, Alexander Calder, Julio González o Pablo Picasso iba a asegurar, además, la atención pública y crítica que pretendía el Gobierno en su intento de recabar apoyo internacional en su lucha contra el fascismo.

Los distintos espacios del pabellón se vie­ron animados por proyecciones cinema­tográficas, conciertos, recitales de danza y representaciones teatrales que, junto a las fotografías, la cerámica y los textiles exhibidos, afianzaban la idea de que la situación po­lítica de ese momento no debía ensombre­cer la larga historia de tradiciones popu­lares.

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