Superadas las influencias de la abstracción y del informalismo de su primera etapa, Joan Hernández Pijuan (Barcelona, 1931) define una gramática pictórica propia fundamentada en la revisión del concepto de espacio, que entiende como un elemento de composición del que deriva una consideración positiva del vacío. La consolidación de la idea de vacío como espacio pictórico se produce desde la pintura de paisaje, como se advierte en los cuadros que conforman esta exposición, todas ellos realizados entre 1972 y 1992, y a los que acompañan una selección de obra gráfica. Este recorrido evidencia que el lenguaje del pintor tiende a la simplificación casi abstracta de los motivos y de los espacios íntimos representados.
En su trabajo, el orden compositivo se impone sobre el gesto. En las obras más tempranas aquí reunidas (Espai verd amb (1973) o Escala 1:80 (1974) ya se aprecia una gran sobriedad, así como “su temprano ánimo organizativo”, en palabras del crítico de arte Miguel Fernández-Cid. No en balde, para aludir a la cualidad mensurable del paisaje (que es el fondo del cuadro convertido en superficie pictórica) introduce signos y coordenadas por las que la pintura resulta una vista topográfica, como se puede apreciar en Alzina horizontal (1974). Paralelamente a estos obras, y siempre con el paisaje familiar de La Segarra leridana como motivo, realiza una serie de lienzos a partir de la modulación del color. Rozando una pintura de monocromos, los colores elegidos son los de la naturaleza (ocres, amarillos, verdes); y sin pretender una pintura descriptiva ni emocional (lo que le distancia de la comparación habitual con pintores como Mark Rothko), realiza ejercicios pictóricos de su memoria personal: Paisatge horizontal (1973), Espai daurat (1974), Vertical ombra, (1977).
En 1982, su serie Buguenvil-lees a Son Servera marca un punto de inflexión en su pintura, pues el motivo se expande hasta hacerse paisaje de sí mismo y abandona la pincelada minuciosa y lenta, como en Pati amb xiprer (1986) o en Catedral (1986). El binomio figura- fondo queda establecido y se acentúa cuando al pintar introduce valores gráficos. El Marroc hi ès present (1988) y Flor verda (1988) ilustran este momento pictórico, que tiene su correspondencia en sus grabados. Los asuntos se minimizan en una casa, una flor o un árbol (La morera, 1989; Comiols, 1990) y retoma una pintura monocromática, propiciando que las variaciones en la superficie deriven del efecto de las grafías (Núvol blanc II, 1991). Por último, e insistiendo en la idea de límite y espacio, enmarca los paisajes, apelando a la atención y al silencio que se requiere para aprehenderlos en plenitud (Évora rosa II, 1991; Sobre d´un paisatge verd, 1992; Rosa, 1992).
Datos de la exposición
Museo de Monterrey, México (29 julio - 26 septiembre, 1993)