La poética que caracteriza la obra de Juan Soriano (Guadalajara, México, 1920 - México D.F., 2006) ya está presente en sus primeras pinturas, donde confluyen la cultura popular mexicana con los proyectos poéticos y artísticos dirigidos por los renovadores del arte mexicano, conectados con las vanguardias europeas y norteamericanas, en especial el Surrealismo (Lola Álvarez Bravo, Orozco, Sequeiros, Diego Rivera, Frida Kalho, Octavio Paz, Agustín Lazo, Xavier Villaurrutia), y por los artistas e intelectuales españoles exiliados en México (Ramón Gaya, José Moreno Villa, José Bergamín, María Zambrano). Para el escritor y poeta Octavio Paz, “la obra de Juan Soriano es la afortunada fusión de las tres potencias del arte: la tradición, la fantasía poética y la imaginación visual”.
Con más de cien obras, esta exposición propone un recorrido por los hasta ahora sesenta años de trayectoria de Soriano. Sus inicios en la figuración y el realismo imaginario desembocan en una tentativa de abstracción dominada por una paleta vibrante, que se puede apreciar en otras como El pez luminoso (1957) o Viaje a Creta (1958). Una segunda larga estancia en Italia iniciada en 1969 y la decisión de instalarse en París (1975), redundan en la recuperación de un ejercicio sereno de la pintura y una vuelta a la figuración apoyada en el dibujo. A ello se suman las alusiones a la cultura popular o las figuraciones soñadas transformadas en imágenes pictóricas, como en Esqueleto con flores (1978) o La muerte enjaulada (1983).
Sin participar directamente en las corrientes críticas que irrumpen en Europa y en Estados Unidos en las décadas centrales del siglo, Soriano se mantiene en una pintura marcada por la sensibilidad mexicana. Además, el artista muestra una cierta voluntad clasicista que se corrobora por la práctica del temple, tal como se aprecia en Recreo de Arcángeles (1943); por composiciones que remiten en concepción y recursos a la pintura renacentista italiana, como en El jardín misterioso (1942); y por una firme conciencia volumétrica, como en el caso de La negra de Alvarado (1944). Gracias a sus habilidades como retratista, lleva al límite las indagaciones plásticas y psicológicas del “yo” y del “otro”, en obras como: Retrato de Diego Mesa (1941), Retrato de Lupe Martín (1945), Retrato de Lola Álvarez Bravo (1945). Esto no es óbice para concebir el retrato simbólico, como en Retrato de una filósofa (María Zambrano) (1955) o explorar la variedad infinita de los rasgos humanos, como es la serie de retratos de Lupe Martín de los años sesenta.
Además del retrato, su pintura se ocupa fundamentalmente de tres temas: mitología, escenas infantiles y asuntos cotidianos y naturalazas muertas. La exposición incluye una considerable selección de dibujos y un conjunto de esculturas, con las que el artista materializa las sugerencias de tridimensionalidad que están presentes desde sus primeras pinturas. En ellas desarrolla distintos lenguajes: abstractos, biomórficos, figuración, visualiza formas y les confiere un fuerte carácter monumental.
Datos de la exposición
Obras de la Colección incluidas en la exposición
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