En el año en el que se cumple el vigésimo aniversario de la desaparición de Manolo Millares (Las Palmas de Gran Canarias, 1926 - Madrid, 1972), la presente exposición permite repasar la breve pero intensa trayectoria del pintor. Millares juega un papel protagonista en la renovación de los lenguajes plásticos en España durante los años cincuenta y sesenta, tanto desde el grupo canario LADAC (Los arqueros del arte contemporáneo), que funda en 1950, como desde El Paso (1957-1960), en cuya creación participa.
El recorrido, que cuenta con casi un centenar de obras, arranca con su serie de Pictogramas canarios (1951-1952), en cuya elaboración introduce arenas, trozos de rafias e incluso fragmentos de cerámica. Estas obras son resultado de sus investigaciones sobre el acerbo cultural canario y ponen de manifiesto el interés de Millares por la antropología. En palabras del poeta y crítico de arte Rafael Santos Torroella, se trata de “su primer intento de hallarle una dimensión colectiva a su pintura”, a la vez que la búsqueda de unos orígenes que justifiquen su arte. En ese momento entra en contacto con los defensores de la renovación artística desde el neoprimitivismo y la libertad de creación, como Eduardo Westerdahl y Ángel Ferrant, y participa en la Semana de Arte Abstracto de Santander (1953).
Una vez instalado en Madrid, en 1955, la carrera de Millares trascurre vinculada a la actividad expositiva y teórica del grupo El Paso, hasta finales de la década. La experimentación pictórica con los medios y las cualidades estéticas y expresivas de los soportes (arpilleras y bastidores de madera) son los signos de su viraje hacia el informalismo, al asumir la práctica artística como un proceso de exorcismo mediante el cual dar un nuevo significado a las técnicas y a los materiales. El uso de la arpillera -que cose, desgarra y remienda, convirtiéndola en la obra misma- y la reducción de la paleta al negro, blanco y rojo materializan la crisis del lienzo como único soporte posible de la pintura. Como sus compañeros de grupo, sostiene que la obra de arte debe ser un revulsivo (la tela como campo de batalla), sin por ello perder valor estético. Por la asociación de la arpillera con la mortaja, la idea de muerte material del hombre y sus reminiscencias (tumbas y sepulcros) se convierten en el centro de su obra y alcanza su punto álgido en su serie Homúnculos, iniciada en 1960. Pese a la disolución de El Paso, Millares continúa en la línea matérica y simbólica, que se acentúa con la inclusión de pertenencias (telas, zapatos) del sujeto anónimo pero universal protagonista de su obra. Hacia 1970-1971 introduce de nuevo la escritura en sus obras, desarrollando una extraña caligrafía y haciendo más herméticos los mensajes, pues su voluntad era realizar un arte éticamente comprometido con las circunstancias.
Datos de la exposición
Kunsthalle Bielefeld, Alemania (29 marzo - 15 mayo, 1992); Centro Atlántico de Arte Moderno, Las Palmas de Gran Canaria (24 noviembre 1992 – 14 febrero 1993)
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