Con la exposición Paisajes románticos con elementos ausentes, Nedko Solakov (Cherven Briag, Bulgaria, 1957) lleva a cabo una propuesta en la que evidencia la relatividad del binomio “representación y verdad” apoyándose para ello en la historia del arte. Así, la historia del arte le sirve para extraer ejemplos con los que el público puede estar mayoritariamente familiarizado y que, por lo tanto, le permiten desplegar un dispositivo de ironías asociadas a la narratividad de las obras. Los doce lienzos que componen esta exposición, todos de idénticas dimensiones, toman como punto de partida y máxima referencia la pintura romántica alemana de las primeras décadas del siglo XIX, en concreto la obra y los recursos pictóricos y compositivos de Caspar David Friedrich (1774-1840)
Contrario a ser un ejercicio de admiración u homenaje, Solakov interviene en esas composiciones románticas ficticias -en cuanto a lo que de construcciones tienen- borrando de ellas precisamente los motivos que responden al paradigma del imaginario romántico definido por y para la historiografía moderna: la luna, el castillo, las huellas del exhausto peregrino sobre la nieve o la insinuación de los profundos pensamientos en la cabeza del filósofo. Es ahí donde el artista hace aflorar la categoría de “lo sublime”, formulada a finales del siglo XVIII, cuando desde la pintura y la poesía se defiende la identificación entre paisaje y naturaleza y que encuentra en el género del paisaje su mejor traducción plástica.
Considerado como uno de los más destacados artistas conceptuales europeos de una generación que emerge a finales de los años ochenta, Solakov logra aunar en su trabajo el bagaje y la formación académica recibida, en especial como muralista, y la práctica conceptual, dominada ésta por un fuerte sentido del humor (cuando no ironía), como pone de manifiesto la serie de cuadros que conforma esta muestra. Además, su cualidad de hábil narrador le permite elaborar juegos perceptivos y visuales con los que busca desorientar al espectador. En este caso, al proponer la elipsis de aquello motivos románticos por excelencia, Solakov materializa su intención de conceder una vida mejor y más interesante a esos elementos fuera de las pinturas.
La muestra se exhibe en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía como una instalación donde el público se enfrenta a unas obras cuyos protagonistas han abandonado el escenario, dispersándose por el espacio expositivo y acompañados por divertidos comentarios sobre las nuevas situaciones en las que estos viven. Como señala la comisaria Rosa Martínez, “el espectador debe adoptar todo tipo de posiciones para localizarlos y atender a sus explicaciones. Solakov promueve así un proceso de interacción física e intelectual con la obra”. De este modo, el mensaje de la obra se desplaza de la pintura al espacio al cuestionar las tradicionales certezas estéticas.
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