En la década de los noventa, el factor crítico se convierte en uno de los principales argumentos en la práctica artística para una generación que, rompiendo definitivamente con los límites de los géneros, los medios y los soportes; continúa el camino emprendido en los años setenta por artistas como Joseph Beuys (cuestionamiento de los materiales artísticos tradicionales) y Andy Warhol (por el establecimiento de la relación directa entre arte, consumo y producción en serie). Además, numerosos son los casos en los que el valor crítico acaba erigiéndose en categoría estética. Rosemarie Trockel (Schwerte, Alemania, 1952) es una de las representantes más destacadas de esa generación, afanada en cuestionar las imágenes, los signos y los mensajes consensuados por la cultura y la tradición. Con su trabajo, Trockel pretende hacer pensar en las posibilidades alternativas que encierra el signo, evidenciado que el significado no es un factor inherente a éste, sino algo inestable, una atribución histórica y contextualmente condicionada.
Esta exposición da cuenta de cómo Trockel despliega su mensaje a través de la ironía y de la depreciación del signo. Por un lado, el viraje del signo de la propaganda a motivo decorativo. Esto se advierte en sus pinturas-tejidas (aunque diseñadas por ordenador y realizadas a máquina), por ejemplo en aquella en la que aparece, convertida en pattern (patrón), una mujer con reminiscencias iconográficas al Constructivismo Ruso empuñando una hoz, realizada en 1987. La ironía también subyace en Máquina para pintar y 56 pinceles (1990), donde los pinceles han sido confeccionados a partir de los mechones de pelo de 56 artistas. Por otro lado, Trockel pretende sugerir asociaciones alternativas en la insistencia en usar objetos domésticos y cotidianos. Como apunta Sidra Stich, comisaria de la muestra junto con Elizabeth Sussman, “evoca el estereotipo al tiempo que trata de derribarlo”. Esto afecta a todo su trabajo, el cual está dirigido a cuestionar la representación de la mujer en la sociedad moderna, insertada en la tiranía capitalista del consumo como imagen y sustentada en principios atávicos en su papel y desempeño social (objeto de deseo, sometida a cánones de belleza, laboralmente reducida a trabajos manuales)
Hacia 1983, Trockel comienza a desarrollar una iconografía específicamente feminista; y frente al auge del vídeo y la performance, elige definitivamente la pintura, la escultura y el dibujo como medios. Elisabeth Sussman apunta que lo que resulta significativo es que “hacia 1985, Trockel se encontraba creando una serie de imágenes generadas a partir de las perspectivas críticas que iban a dominar la década: la sexual y la representada por el mundo comercial y del consumo”. Esta indicación la actualiza y la confirma la propia artista al declarar que los temas constates de su obra son la mujer, lo contradictorio y una reacción contra el dictado de la moda.
Datos de la exposición
Institute of Contemporary Art, Boston (3 abril - 12 mayo, 1991); University Art Museum, Berkeley (12 junio - 8 septiembre, 1991); Museum of Contemporay Art, Chicago (28 septiembre - 10 noviembre, 1991); The Power Plant, Toronto (17 enero - 1 marzo, 1992)
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