Sumida en crisis los presupuestos de la vanguardia europea de las primeras décadas del siglo XX -incluidas propuestas propias como el Ultraísmo- la crítica española afronta el comienzo de los años veinte con la necesidad de una renovación que suponga la inserción de Madrid en el panorama artístico internacional. La Sociedad de Artistas Ibéricos nace a finales de 1924 con el propósito de renovar tanto el arte como la relación con el público, pues, como señalaban los firmantes en su primer Manifiesto (Alfar, septiembre 1924): “el horizonte de la actividad artística está por configurar. El único árbitro posible es un público informado”. Además de una exposición, conferencias y multitud de revistas especializadas, participan en la reactivación del arte español en un momento en el que uno de los principales objetivos es la transformación de la política cultural española definida bajo la dictadura de Miguel Primo de Rivera (1923-1931)
La Exposición de la Sociedad de Artistas Ibéricos (Palacio de Exposiciones del Retiro, Madrid), inaugurada el 28 mayo 1925, constituye la presentación pública de esta agrupación, donde se puso de manifiesto cuáles son sus intereses y cuál es su inminente destino. Afirma Jaime Brihuega (comisario de la exposición junto con Concha Lomba) que con ella “empezaba lo que acababa de terminar” y no en balde. Artistas como Francisco Bores, Benjamín Palencia e incluso Salvador Dalí marchan a París meses después. La presente exposición no pretende ser una reconstrucción arqueológica de esta referencia expositiva en la historia del arte español; sino que plantea una revisión artística, histórica y estética de la misma. Este enfoque que permite analizar en mayor profundidad los debates que propicia, como es la asunción (e identificación) de “la vuelta al orden” como el lenguaje de la renovación y del arte nuevo que la Sociedad propugna.
El artista Rafael Barradas se convierte en el protagonista indiscutible de la exposición, por su papel de pionero de la renovación pictórica madrileña. Brihuega apunta que las llamativas ausencias en la exposición de 1925 (Daniel Vázquez Díaz, Joaquín Sunyer, así como la escasa presencia de artistas catalanes) son resultado de las polémicas teóricas y estéticas que se desatan durante su organización. Las obras reunidas dan prueba de un abanico de lenguajes en el que dominan la herencia cubista y posterior a Paul Cezanne, tal como se puede ven en el trabajo de Palencia y Santiago Pelegrín. Asimismo, el realismo tradicional está presente en el trabajo de Valentín Zubiaurre y Aurelio Arteta; a la vez que Juan Gris y sobre todo la pluralidad gramática de Pablo Picasso se hacen patentes en la obra de Moreno Villa.
Además, esta exposición reconoce la influencia de corrientes coetáneas, como la Nueva Objetividad presente en el trabajo de Roberto Fernández Balbuena o el Novencento italiano, en el de Bores. Sin ser un grupo estilísticamente homogéneo, la tendencia general es la inclinación hacia un estilo figurativo tradicional depurado. Junto a las revistas, imprescindible en la formulación del espíritu de la Sociedad de Artistas Ibéricos es la labor teórica y el debate propiciado por los más destacados intelectuales y críticos del momento: Eugenio d´Ors, Juan de la Encina, Guillermo de Torre y José Ortega y Gasset.
Datos de la exposición
Museo de Bellas Artes de Bilbao (22 enero - 14 abril, 1996)