En el mapa de la renovación plástica que se lleva a cabo en el panorama español durante las primeras décadas del siglo XX -donde se reconocen y señalan los vínculos con la vanguardia europea-, la figura de Josep de Togores (Cerdanyola del Vallès, Barcelona, 1893 -Barcelona, 1970) destaca por su defensa y comprensión del Cubismo, en palabras del especialista Eugenio Carmona, como “una pintura pro norma y forma” y por la manera en que esto revierte en su pintura. Esta exposición se centra en la producción artística de Togores entre el período 1914 y 1931, años en los que está próximo a los movimientos de vanguardia: desde la relectura del noucentismo y la pintura de Joaquín Suyner, a la luz del Cubismo como lenguaje clasicista, hasta su larga estancia en París (1919-1931), aunque con viajes intermitentes a Cataluña. Para ello, el comisario de la exposición -Josep Casamartina- plantea un recorrido cronológico y estilístico por el trabajo de Togores organizado en cinco grupos: “En torno al arte nuevo (1914-1918)”, “Realismo mágico (1919-1924)”, “Búsqueda y eclecticismo (1924-1927)”, “Surrealismo (1928-1930)” y “Retorno a la figuración (1931)”.
En París, Togores contacta con los artistas españoles (Pablo Picasso, Juan Gris, Manolo Hugé) y se inserta en el círculo artístico de Montparnasse. Colaborador del periódico barcelonés Vell i Nou, en sus artículos realiza un desengranaje teórico del Cubismo, a la vez que en su pintura inicia un proceso que le lleva del clasicismo noucentista a un clasicismo de origen cubista. Esto afecta tanto al lenguaje como a los temas, donde el desnudo femenino se convierte en su principal asunto, tal como se aprecia en Renée et le chien o Les dormeuses, sin olvidar el retrato, como en Aleix de Togores (1920) o Les joueurs de billard (1920).
A lo largo de los años veinte, que disfruta de un contrato con el coleccionista y marchante Daniel-Henry Kahnweiler, su lenguaje madura compartiendo principios estéticos con la nueva objetividad y el realismo mágico centroeuropeos y con la pintura italiana del grupo Novecento. Destacado por su amplia paleta y colorismo, Togores insiste en la representación de los cuerpos desde una concepción de los volúmenes y el dibujo, esto es, desde la conceptualización abstracta y la recreación de lo visible. Como señala Carmona, “fue la comprensión del clasicismo moderno como Belleza impasible lo que hizo que Togores encontrara las posibilidades de lo objetivo”, por lo que su realismo es fruto de la confluencia de lo verosímil con la inteligencia de la forma, que se manifiesta en obras como: Jeunes filles de Bandol (1922), Couple à la plage (1922) o Retrato de la familia Mestre (1927).
La exposición aborda el giro radical que hacia 1927, experimenta la pintura de Togores desde el lenguaje. El automatismo surrealista y la huella del pintor André Masson están en la base de este viraje hacia una pintura caligráfica, de figuración lineal y enigmáticas composiciones que se prolonga hasta 1930 con obras como Composition (1928), Le coeur (1928) o Personajes (1930). La vuelta a la figuración, dominada por el color y el sentido ornamental (Henri Matisse), le vale las calificaciones de Kanhweiler, en 1931, de “arte muy simple, desnudo y depurado”.
Datos de la exposición
Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona (5 febrero - 12 abril, 1998); Musées de Châteauroux, Couvent des Cordeliers (selección) (5 junio - 13 septiembre, 1998)
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